Opinión | Viento fresco
Un gran pesar
De repente en el baño, una báscula. No sé quién la trajo. Una indirecta en toda regla. En todo peso.

Un hombre en una báscula / GETTY IMAGES
Entré al cuarto de baño y lo vi. De pronto. Emplazado entre el lavavo y la ducha. La sorpresa fue importante. Hacía tiempo que no veía uno. Me froté los ojos por si estaba aún soñando adormilado. Era real. Un peso.
De esos modernos, muy planos. Lo miré con desconfianza. Allí estaba él, con su marcador digital. Marcaba tres ceros seguidos. No supe si subirme o tirarlo por la ventana. Comencé a investigar mentalmente quién habría podido comprarlo y situarlo ahí. Una indirecta, sin duda. Hace mucho que no me peso pero hay un par de pantalones que aprietan un poco más de lo normal. Quizás había sido la asistenta. O mi mujer. O mi hijo. O tal vez un matrimonio que nos visitó, yo no estaba, y que lo podría haber traido de regalo. Pero quién regala una báscula, un peso. Con lo socorrido y elegante que es, cuando uno visita a alguien, llevar una botella de vino. A ver qué va a ser lo próximo, ¿regalar un fonendoscopio, un aparato para medir la tensión, una espátula, un líquido de frenos?
En esas estaba, tratando un asunto de peso, cuando recordé que ayer había comprado magdalenas de chocolate, que esperaban en la cocina. Sería insensato probar suerte, pesarme y llevarme un disgusto. Sopesé (verbo muy apropiado hablando de peso) comer las magdalenas y ya pesarme luego: las penas con magdalenas lo son menos. Y si no, que se lo digan a Proust.
Me quité el pijama. Los pijamas pueden llegar a pesar un kilo. El peso parecía incitarme. La escena era ridícula: un hombre desnudo e indeciso en su propio cuarto de baño pensando si pesarse o comer magdalenas. Si la ira pesara, reventaría la báscula. Qué cachondos. Un peso. Pensé que si me deshacía de él podría escribir con toda la literalidad del mundo que me había quitado un peso de encima.
Oí pasos fuera, por el pasillo. Entonces, sin moverme ni subirme a la dichosa y nueva inquilina del baño, la basculita, grité: ah, qué bien, he adelgazado dos kilos. Se hizo un silencio. Los silencios a veces pesan. Seguro que me oyeron. Salí en dirección a la cocina. Se habían comido las magdalenas. Sentí un gran pesar.
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